miércoles, 2 de julio de 2014

Las Escuelas Pías de San Fernando



La iglesia de las Escuelas Pías de San Fernando fue construida en 1734 por el arquitecto Francisco Ruiz, en estilo barroco. Francisco Ruiz vivió en Lavapiés y siguió estilísticamente a su vecino a Pedro de Ribera.
La iglesia y las escuelas se instalaron en la calle Mesón de Paredes, junto a la actual plaza de Agustín Lara, sobre lo que había sido el Hospital de Aragoneses.
Las escuelas contaron con el patrocinio de los reyes Fernando VI, Carlos III y Carlos IV.


El colegio tenía entre sus cometidos la educación de niños sin recursos, que eran la mayor parte, aunque también había alumnos de pago. Este inmenso colegio llegó a tener dos mil alumnos.
Fue muy reconocida la calidad de la enseñanza que aquí se impartía, contando en sus aulas con una escuela de sordomudos que fue pionera en su funcionamiento.


En 1936, un grupo de fanáticos prendió fuego al recinto, perdiéndose en el incendio valiosas obras de arte.
Los religiosos que atendían el centro escolar fueron asesinados, y los alumnos internos, tras un simulacro de fusilamiento, fueron abandonados a su suerte.


Durante décadas, las ruinas de la iglesia permanecieron en el estado que podemos ver en la foto superior.
La parte del colegio se convirtió tras la Guerra Civil en el teatro Lavapiés, derribado en los años noventa, y en el Mercado de San Fernando.
En 1999 se acometió la obra de instalación de una sede de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) transformándose la iglesia en una biblioteca.

Foto UNED

La obra corrió a cargo de José Ignacio Linazasoro, quien en 1999 crea una de las bibliotecas más bellas de Europa, perfectamente integrada en las ruinas del templo.

Foto Carlos Osorio

Hoy, en la azotea de la UNED, podemos disfrutar de una cafetería: Gaudeamus, que abre a diario excepto festivos, y en cuya terraza hay una excelente perspectiva de la Corrala de Mesón de Paredes.





12 comentarios:

marta dijo...

Buenos días, adjunto la descripción del momento del incendio, hecha por un habitante del barrio, Arturo Barea "La forja de un rebelde" (parte III, La Llama)

—[...] Han quemado San Nicolás y todas las otras iglesias de Madrid: San Cayetano, San Lorenzo, San Andrés, la escuela Pía...

[...]

El nombre de la escuela Pía me había impresionado: mi vieja escuela estaba ardiendo. Me fui rápidamente, calle del Ave María abajo, y me encontré a Aurelia y los chicos en la calle, mezclados con los vecinos. Me recibieron a gritos:

[...]

Veinte vecinos comenzaron a la vez a darme explicaciones: los fascistas habían disparado sobre las gentes desde las torres de las iglesias y las gentes las habían asaltado. Todo estaba ardiendo...

[...]

La escuela Pía estaba ardiendo por dentro. Parecía como si hubiera sido sacudida por un terremoto. La larga fachada de la calle del Sombrerete, con sus cien ventanas correspondientes a las clases y a las celdas de los padres, estaba lamida por las lenguas de fuego que surgían a través de las rejas. La fachada principal estaba derruida, una de las torres caída, el atrio de la iglesia demolido.

Por una puertecilla lateral —la entrada de los chicos pobres— bomberos y milicianos entraban y salían sin cesar. El resplandor del fuego interno en el enorme edificio brillaba a través de cada orificio.

Un grupo de milicianos y de guardias de asalto surgió sosteniendo una camilla improvisada —unas tablas sobre una escalera de mano— y sobre las tablas, envuelta en mantas, una figurilla de la que sólo era visible la cara de cera y el mechón de pelo blanco. Un viejecillo miserable, temblón, los ojos llenos de terror: mi antiguo maestro, el padre Fulgencio. La multitud abrió paso en silencio y los hombres le metieron en una ambulancia. Debía tener entonces más de ochenta años. Una mujeruca gorda dijo detrás de mí:

—[...] Y, ¿sabe usted?, todo esto ha pasado porque los jesuítas se hicieron amos de la escuela. Porque antes, y créame a mí que las sotanas me hacen vomitar, todos aquí en el barrio queríamos a los padres.

—El padre Fulgencio fue mi maestro de química —le dije.

—Entonces usted sabe lo que quiero decir, porque de eso debe de hacer ya mucho tiempo. Bueno, no quiero decir que es usted un viejo. Pero debe hacer sus buenos veinte años.

—Veintiséis.

—Ve usted, no estaba tan equivocada. Bueno, como le iba diciendo, hace algunos años, no me acuerdo bien si fue antes o después de la República, la escuela cambió que no la conocía nadie. —

[...]

—: Los escolapios, ¿sabe usted?, eran buena gente, y ya le digo que no me gustan las sotanas, pero fueron y se juntaron a una de esas asociaciones de las escuelas católicas, algo que lo llamaban así, que todo estaba manejado por los jesuitas. Usted se acordará cómo era cuando el padre prefecto venía a la plaza de Lavapiés y nos daba perras y hasta mi madre iba y le besaba la mano. Pero todo esto se acabó cuando vinieron los jesuitas. ¡Empezaron eso que llaman la adoración de Dios! Se ponían a hacer la instrucción en el patio con fusiles, que todos los veíamos desde los balcones. Y luego, aunque no lo crea, esta mañana empezaron con una ametralladora en la torre esa que han tirado, y se oía en todo el barrio.

—¿Y han herido a alguien?

—A cuatro o cinco aquí en Mesón de Paredes y en la calle de Embajadores. Uno se quedó muerto en la acera y a los otros se los llevaron en seguida. [...]

Antonio Iraizoz dijo...

Hola Carlos. Magnífico reportaje y documentación fotográfica.
Un abrazo

Carlos Osorio. dijo...

Gracias, Marta, ya conocía ese texto. En todo caso, la posible presencia de francotiradores en la iglesia no creo que justifique lo que se hizo después. Por otra parte, Barea comentaba que los vecinos del barrio intentaron apagar el incendio.

Carlos Osorio. dijo...

Gracias, Antonio. El otro día enseñé Madrid a una lisboeta y le recomendé tu blog: Pessoas en Madrid.

Rarumo dijo...

Hola Carlos
Por las fotos no acabo de ver esa integración de la biblioteca con las ruinas
Me gustaría visitarlo. ¿Es posible eso? ¿Se puede entrar y deambula por allí sin limitaciones?
Un saludo

Anónimo dijo...

hombre dado que la falange de Madrid o estaba encarcelada, o ese día los que estaban libres se agruparon en el cuartel de la montaña no creo como apunta wikipedia que fueran falangistas, eso de disparar al pueblo me suena a lo de los caramelitos envenenados que daban las monjas. Excusas para destruir lo que oliera a catolicismo

Por cierto, magnífico blog

marta dijo...

Por supuesto que nada justifica las reacciones violentas, incluida la presencia de . Lo que me llama la atención del texto es la prevalencia de las relaciones humanas, más allá de cualquier otro factor.

Carlos Osorio. dijo...

Hola, Ramón, Se puede entrar los días laborables a la biblioteca por la plaza de Agustín Lara. En principio no dejan hacer fotos. También puedes entrar por la calle Tribulete y subir por la escalera que hay al fondo para ver la biblio desde otras perspectivas.

Carlos Osorio. dijo...

Hola, gracias por el comentario. La verdad es que comparto plenamente tu visión. Es más Barea en el libro solo documenta la existencia de uno o varios francotiradores en una azotea concreta cerca de Antón Martín, pero en ningún otro lugar próximo a estas escuelas.

Anónimo dijo...

Lo de hacer la instrucción militar y disparar sobre la gente, que aparece en la novela de Arturo Barea, es falso.
Recuerden que Arturo Barea era de UGT, que en la época era un sindicato revolucionario, que como tal estaba contribuyendo a hacer la Revolución.
Y es una justificación en la derrota y el exilio en Inglaterra de la política anticlerical fomentada por Azaña desde el comienzo de la República y que fue lo que para muchos era el comienzo de una revolución bolchevique y que ganó la
antipatía de muchos extranjeros para la República. Sobre todo de los católicos.
Recuerdo que junto a la sistemática quema de iglesias (junto con el robo y quema de obras de arte sin precio) se hizo una persecución religiosa que en 6 meses asesinó a casi 7000 religiosos y casi 3000 seglares. A veces de una manera muy cruel.
Es clásica esa cita de un periodista americano que decía al respecto: Los españoles tienen tanto arte, que llevan 100 años quemándolo y todavía no lo han destruido.
Con respecto a la cita de Barea, si realmente se hubiese podido ver desde las casas (en un barrio de proletarios), dado el clima antirreligioso de la época, la instrucción se hubiese hecho fuera de la ciudad, no en medio de ella y a la vista.Si alguien tuviese la idea de tirotear a los vecinos, sería su suicidio, por que hubiese habido una revuelta popular, seguida por la actuación de la Guardia de Asalto. Cuando se está en minoría y en desventaja, se tiene más cuidado por que va en ello la vida.

Anónimo dijo...

Esta reforma de Gallardón, se ha cargado las pinturas que aun subsistían de los Padres de la Iglesia (mutiladas el verano en que Álvarez del Manzano puso ahí la representación castiza de zarzuela de verano -en el que daban un pollo para comer-: Pusieron los focos en las pinturas (en la zona de la tripa), agujereando pintura, yeso y ladrillo. Cuando terminó la feria, se retiraron los focos, pero mal, de lo que resultó que en una quedó malamente el agujero, en otra quedó colgando el cable, en otra colgando el foco y en otra el foco había rozado la pintura (desde el agujero hasta abajo) levantándola y dejando el yeso blanco a la vista. El resto de las pinturas, se conservaba perfectamente).
¿No hubiera sido mejor haberlas desmontado y haberlas puesto en algún museo?
No me parece adecuado el haber raspado las yeserías que se conservaban, ya que aunque habían estado al aire, se conservaban perfectamente, y era un ejemplo de este tipo de obras en el Madrid del S XIII.
Desde luego, la obra de Garllardón no cumple con las normas de la UNESCO para restauración de obras de arte.
Otra baja de la reforma de Gallardón fué que el portal de granito del colegio que al Ayuntamiento colocó donde antes del incendio se encontraba el altar mayor con el lienzo de Ramón Bayeu, ahora fué desmontada, y se se ha puesto fuera, pegada a los muros de la iglesia que dan a los jardines, pero deshecha, como si fuese una especie de ruina romana, aunque sin tener la categoría ni el empaque de ésta.
¿No hubiera sido mejor haber puesto esa puerta a la entrada de un parque o de un edificio municipal?
Tarde o temprano a alguien le parecerá una cosa rara y será desmontada, pero como es un amasijo de piedras informe, desaparecerá en algún basurero.
Honestamente, esta creación de "falsas ruinas romanas", como las de los parques decimonónicos, no tiene sentido, considerando especialmente la desaparición casi absoluta del patrimonio artístico de Madrid.
y el que quiera falsas ruinas romanas, que se las construya en su chalet, de su bolsillo.
No digo más que la iglesia se consideró tan importante, que se editó un opúsculo describiendo la obra, cosa completamente inusual en la época.

Anónimo dijo...

Otra de las fechorías de Gallardón en hacer arquitectura de diseño fue en la remodelación de los jardincillos que hay un poco más arriba.
No sé si ahí estaba la Galera o qué (tal vez las dominicas de Mesón de Paredes), que desmontó la portada que había en el lado que daba a la calle del Amparo y, desmontada como si fuesen falsas ruinas romanas, las puso en el suelo junto a la fuente de "diseño".
Las piedras están puestas para que acumulen suciedad, de modo que tarde o temprano, se quitarán y se llevarán a una escombrera, ya que nadie sabrá lo que era eso.
Respecto a esos jardincillos de Cabestreros, tengo que decir, que aunque muy mal mantenidos, hacían un servicio social enorme a los vecinos de la zona, ya que en verano, era el lugar donde podían tomar el aire (las casas son de mala construcción y acumulan mucho calor), y en efecto era el lugar de encuentro y socialización de los vecinos -saludarse, hablar, jugar al dominó, pasear a los perros...No digo jugar al baloncesto, por que en la ahora desaparecida cancha no he visto jugar a nadie.
Ahora, es todo una solana, con el suelo de piedra berroqueña solo apto para criar alacranes. Naturalmente los árboles de sombra fueron talados, y en su lugar han puesto unos arbolillos (de diseño también) que no dan sombra ni ná.
Ahí se han ido los 7000 millones de euros, que se dice pronto, que todavía los madrileños tenemos que pagar de nuestro bolsillo.