lunes, 16 de marzo de 2009

El corazón del laberinto

El corazón del laberinto

Toda ciudad es un laberinto. Cuando entramos, debemos ir dejando un hilo de memoria por sus calles para reconocer nuestras propias huellas. En la ciudad vivirás tus propias experiencias, aumentarán tus conocimientos, desarrollarás tu propia obra y nacerán tus más profundos sentimientos, porque el verdadero objetivo no es hallar la salida del laberinto, sino aprender a vivir en él.
Algunas rutas no llevan a parte alguna, otras cansan de tanto recorrerlas, pero conocerás lugares y personas que te llenarán de vida.
Hay falsos guías que ofrecen la ruta más rápida para salir del laberinto.
Si los sigues, te llevarán al territorio de la nada.
Hay quienes creen que la solución del laberinto es una excavadora y lo llenan todo de túneles para escapar, pero algunos sabemos que esas salidas no llevan a ninguna parte.

Un día, cansados de caminar, recalamos en una vieja taberna y hacemos una pausa.
Un rayo de luz se filtra por el esmerilado cristal grabado al ácido y convierte en oro líquido la copa que tenemos enfrente. Sobre la redonda mesa de mármol blanco, sobre esa pequeña luna que recibe al sol, se funden el planeta del día y el satélite de la noche y se produce la alquimia.
Uno se siente más sabio y reconfortado. Aprendes que lo importante es la capacidad para resistir sin perder la ilusión, sin dejar de ofrecer palabras amables a todos los transeúntes del dédalo, tejiendo entre los nuevos conocidos redes de afectos que, aunque parezca paradógico, son redes que no atrapan, sino que nos van llevando poco a poco, tan despacio que apenas nos damos cuenta, hacia la única salida útil del laberinto, que es la nuestra propia, la que habremos construído en nuestro devenir.

Madrid es nuestro misterioso laberinto donde un espeso humo nos impide a veces reconocer lo bueno, lo bello y lo útil de nuestra ciudad.
En la vieja taberna, donde el tiempo se ha detenido, aprendemos la lección y nos paramos. Comprendemos que la ruta es una sabia combinación, bien medida, de avances y de pausas. Y es en esas pausas donde hallamos la fuerza para seguir, recuperamos el aliento de la palabra, el calor de lo compartido, el gusto por lo elaborado con esfuerzo y con cariño, porque son esas pausas y son esos lugares los que hacen habitable el laberinto.

Carlos Osorio

Del libro "Tabernas de Madrid/Taverns of Madrid" Ediciones La Librería.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que foto tan espectacular y que tema tan chulo para un libro ;-) Para ver más almendros en Madrid date una vuelta por la Quinta del Molino. Un saludo.