miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pastelería La Mallorquina


Foto: Álvaro Benítez

El nombre de La Mallorquina no es casual, ya que en sus orígenes esta pastelería vendía ensaimadas y torteles traídos de Mallorca.
Sus dueños: Ripoll, Balaguer y Coll se establecieron en 1894 en la calle de Jacometrezzo nº 4.
De aquella primera época son estas imágenes:

Foto: Todocolección.net


En los años veinte, al ser transformada la zona de la calle Jacometrezzo con motivo de la creación de la Gran Vía, la pastelería se trasladó a la Puerta del Sol, al local que había pertenecido a los ornamentos religiosos de Garín.
Este aspecto tenía La Mallorquina durante la Guerra Civil:


En su primera etapa en Sol, La Mallorquina tenía el salón de té en la planta baja. Los camareros vestían frac y dominaban el francés.
A él acudían habitualmente Raimundo Fernández Villaverde y Francisco Silvela.
El escritor Galdós gustaba de detenerse ante su escaparate para oler los dulces, y eso le bastaba, ya que rara vez entraba.
Al atardecer había una tertulia a la que asistían el pintor Aureliano de Beruete, Graíño, Adolfo Bonilla, Julio Puyol y Elías Tormo. 

Foto: Carlos Osorio

En torno a 1960 se reforma el local, pasando el salón al piso de arriba, creándose un espacio agradable para contemplar desde arriba la vida que fluye en el corazón de Madrid.
 Se crea entonces la marquesina de granito, el atractivo rótulo de letras de hierro y la joven pastelera con su bandejita.


 En 1970 patentan el dulce más vendido en esta casa: la napolitana. 
Recientemente su fachada se ha afeado un tanto con la instalación de unos aires acondicionados y la desafortunada "restauración" de la figura de metal que representa a la joven pastelera.
Con todo,  La Mallorquina continúa siendo parte imprescindible del paisaje de la Puerta del Sol. 

La Mallorquina, cuadro de Carlos Osorio.

De La Mallorquina hablo en el libro Tiendas de Madrid.













6 comentarios:

El Deme dijo...

La Mallorquina es una referencia en la vida de la puerta del Sol. Un café con leche con una napolitana apretujados en la barra es una de las delicias madrileñas que hay que experimentar.
Enhorabuena por tu libro Tiendas de Madrid (¡¡Una joya!!)

Don Bernardino dijo...

Pues ya tengo algo en qué parecerme al gran Benito "el garbancero", solo que lo mío es por la dichosa diabetes. ¿Estoy equivocado o fue aquí donde Valle Inclán protagonizó la chulería que le costó quedarse manco?

Por cierto, magnífica pintura, Osorio, el día que tenga dinero (cosa harto improbable) te prometo comprarte todos tus libros y algún cuadro. Tómame la palabra porque la cumpliré.

Carlos Osorio. dijo...

Hola, Deme, muchas gracias!

Carlos Osorio. dijo...

Muy buenas Bernardino, lo de Valle Inclán fue enfrente, en el Café que había en el hotel París. Chico, ante tal tesitura, tomar tu palabra o tomar tus dineros, podemos optar por tomar una caña:-)

Teresa S. Lázaro dijo...

Don Benito siempre fue de gustos sencillos y auténticos. Proust tenía su madalena y nosotros, nuestra napolitana.
Inolvidables tardes en el saloncito con un café y una napolitana.
¿Qué sería de la Puerta del Sol sin La Mallorquina?. ¿Qué sería de Madrid sin las tiendas de toda la vida que tan bien enseñas en tu libro?.

Carlos Osorio. dijo...

Es cierto, Teresa, son tiendas que forman parte del paisaje urbano y del carácter de Madrid, la única ciudad del mundo con 170 comercios centenarios, que perviven pese al interés de algunos en malograrlos.