La vida en Malasaña. Historias de Convivencia Vecinal. 1.
"Historias de Convivencia Vecinal" es un interesante libro editado por el Ayuntamiento en el que varios vecinos que acuden a los Centros de Mayores cuentan sus vivencias en un barrio tan popular como el de Malasaña.
De ellos entresacamos el relato de Encarnación Rubio que constituye una llamada a la solidaridad vecinal.
Relato de Encarnación Rubio Alonso.
Ayer estuve merendando, como tantas otras veces con mi amiga Carmen, charlamos de
distintas cosas, pero sin saber cómo acabamos recordando viejos tiempos.
Nuestra amistad dura desde la infancia. Vivíamos en la misma calle, en el centro de Madrid.
Íbamos al mismo colegio y por supuesto nuestras familias se conocían. Nuestro barrio sigue
siendo el mismo, pero ¡cómo ha cambiado todo!, no sabemos si mejor o peor, pero las cosas
son muy distintas.
La casa de Carmen estaba en los números impares y la mía en los pares, pero nuestros
balcones estaban de frente y a la misma altura. Generalmente, íbamos a jugar una a casa de la
otra, pero cuando, por distintas causas, no podíamos charlábamos desde los balcones.
En los portales se reunían las vecinas, cuando hacía buen tiempo. Sacaban sus sillitas bajas
y se sentaban unas al lado de otras, hablaban de todo y de “todos”, mientras repasaban la ropa
de la casa. Las más jóvenes hacían bonitas labores de bolillos o bordaban juegos de cama y
mantelerías preparándose el ajuar, y las mayores ponían piezas a sábanas, cambiaban los
cuellos y puños de las camisas de sus maridos e hijos, echaban cuchillos a los pantalones rotos
o zurcían calcetines, usando huevos de madera muy curiosos.
Como la circulación era escasa, los niños jugaban a Pídola (consistía en saltar unos sobre
otros) o al rescate mientras las niñas saltaban a la comba (si venía algún coche corrían a las
aceras y bajaban la cuerda hasta el suelo para que el auto pasara sobre ella), o hacían un dibujo
con números y cuadros en la calzada, para saltar sobre ellos arrastrando una piedra lis.
El ambiente solía ser muy cordial, aunque de vez en cuando surgían discusiones,
generalmente por los chicos y parecía que todo se enrarecía un poco, pero pasaba pronto y
después del enfado, se volvía a la normalidad.
En los portales, que generalmente eran frescos, se tenía un botijo con agua y un poquito de
anís, del que bebían todos cuando tenían sed.
Nosotras, para nuestra desgracia, éramos hijas únicas y no nos dejaban bajar a la calle por si
nos pasaba algo. Así que, con mucha envidia nos contentábamos con ver todo desde el balcón y
para consolarnos jugábamos a Veo-veo, a la adivinanzas o a cualquier otra cosa que pudiéramos
hacer a distancia.
También rememoramos, cuando en verano solía venir por las calles un organillero, que vestido
de castizo, tocaba chotis y pasodobles y bajaban las vecinas a los portales a bailar una con otras
alguna comida se “agarraba” ese día.
En la fiesta del 2 de Mayo, además de celebrar misa en la plaza del mismo nombre y ver
un pequeño desfile de militares vestidos de época (1808), por la noche había baile y fuegos
artificiales. Los patios de las casas se engalanaban y “a escote”, entre los vecinos se pagaba
para hacer la limonada e invitar a todos.
Las niñas en sillitas pequeñas colocaban altares con flores, estampadas y adornos y se premiaba
a la que tuviera el más bonito, celebrando así “La Cruz de Mayo”.
En navidades la convivencia y solidaridad eran especiales.
Pero lo más impresionante de todo, era como se volcaban unos vecinos con otros, si había un
enfermo allí estaba cada cual a prestar su ayuda, ir a buscar al médico, una farmacia de guardia,
poner una cataplasma o una lavativa.
En caso de muertes se cerraba la puerta del portal donde
vivía el fallecido, para que todos los vecinos supieran lo que había sucedido y pasaran a presentar
sus condolencias. Siempre había alguna mujer que preparaba un cocido para que la familia, por
lo menos, pudiera tomar un caldo calentito. Para pasar la noche de duelo preparaba café que se
repartía, de vez en cuando, entre los presentes y si en la casa del difunto había niños, siempre
alguna vecina se hacía cargo de ellos y los llevaba a su casa hasta que pasara el entierro
Como en aquella época el dinero no sobraba, las vecinas se ayudaban y se prestaban unas a
otras, así cuando cobraba el marino de alguna y otra lo estaba pasando mal la primera le hacía
un préstamo, hasta que al marido de la segunda le pagaran el jornal y se lo pudiera devolver.
Igualmente, se prestaban alimentos. Muchas veces cuando la situación era muy mala se hacían
cargo de los niños de esa familia, entre otros, par atenderles y darles de comer.
Esto no quiere decir que cualquier tiempo pasado fuera mejor, sólo era diferente, con sus
claros y sus sombras, igual que ahora, pero desde la distancia de los años, se idealiza todo y
gracias a Dios, sólo se recuerda lo bueno.
Por último algo que siempre oí decir a mi madre: "el mejor familiar es el vecino más cercano"
Comentarios
Una vecina, cuyo marido fallecido fue director de la banda municipal, subió por cada piso recabando opinión sobre cómo enterrar a su cónyuge. Había decidido amortajarlo con el uniforme que antes usara, pero ¿debía ponerle también la batuta?.
Mi madre siempre decía "El mejor pariente, el vecino de enfrente".
Saludos.
Muy interesante lo que cuentas, Charo. Tenemos mucho que aprender de nuestros mayores y de cómo se vivía en otros tiempos nada fáciles. Muy buena la historia del director de orquesta finado. Espero que al menos lo enterraran con música.