El Salvador (Sueño de Navidad)
El domingo pasado me quedé dormido esperando el autobús.
Los domingos, el 21 tarda aún más de lo habitual y el sueño me venció. No sé cuánto tiempo estuve soñando, pero fue el propio autobús el que me despertó con el zumbido de su frenada.
Subí a bordo, introduje el metrobús y busqué un asiento libre.
Noté que los pasajeros, un grupo de 15 o 20 personas de diversas edades, me miraban con una cierta sonrisa, pero estaba adormilado y no le dí especial importancia.
De pronto, el conductor paró en seco en un lugar donde no había ninguna parada. Lo único que había era un señor que dormía en el suelo envuelto en unos cartones.
Los demás pasajeros se bajaron e invitaron al hombre a que subiera.
Una vez dentro, le dieron un café caliente y unas rosquillas que había preparado una mujer.
Unas manzanas más adelante, otro señor estaba pidiendo limosna en el semáforo y también le invitaron a subir.
Más adelante, el bus paró en un lugar donde no se veía a nadie, y me extrañó. Me explicaron que iban a visitar a una familia que vivía en el edificio próximo, y me animé a acompañarles.
Era una familia que no tenía ingresos; les habían cortado la luz por falta de pago y estaban envueltos en mantas para no pasar frío.
Se vinieron encantados al autobús.
En la siguiente parada subimos a un ático en el que vivía una mujer separada con dos hijos que, según nos dijo, trabajaba siete horas al día para ganar un sueldo de 500 euros.
Pronto me sentí entusiasmado con aquella labor colectiva de recoger madrileños a los que la crisis económica había dejado muy dañados.
El autobús se salía de su ruta habitual para buscar más y más gente que iba entrando y compartiendo la alegría que sabían transmitir los demás pasajeros.
Asombrado, noté que el vehículo no se quedaba pequeño para tanta gente, sino que crecía a medida que entraban más pasajeros, y tanto aumentaba su tamaño que costaba ver el final del vehículo.
Tan extasiado estaba que si en ese momento hubiese visto algún super-héroe volando por el cielo, no le habría prestado atención.
No le habría prestado atención porque hace tiempo que aprendí que los super-héroes no son gente vestida de colores que vuela por el cielo. Los verdaderos super-héroes viajan a menudo en un autobús municipal.
No son gente que actúa en solitario. Son gente capaz de trabajar en equipo para lograr una sociedad más justa.
En estos pensamientos estaba cuando sonó un bocinazo. Un autobús había llegado a mi parada y me había despertado bruscamente. Comprobé que era mi autobús: el 21, y vi el rótulo iluminado con las palabras: "El Salvador".
Subí a bordo sabiendo que aquel viaje no iba a ser como los demás.
Texto y foto: C. Osorio.
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Un abrazo