jueves, 3 de diciembre de 2009

El funcionario y el cajón del tiempo

Existió en Madrid un funcionario que tenía en su mesa un cajón donde a veces guardaba aquellos expedientes que, según pensaba, era el tiempo quien debía resolverlos.
Cada día, el buen funcionario recibía documentos y expedientes que él pasaba a tramitar diligentemente. Sin embargo, alguna vez, muy de cuando en cuando, le llegaba un expediente tan complicado, tan enrevesado, que no veía manera de poder resolverlo. El hombre, sin darle más vueltas, sentenciaba: "Estos son asuntos que resolverá el tiempo" y lo metía en "el cajón del tiempo" donde se quedaba durante años. Finalmente, y sin que él hiciese nada, el problema acababa solucionándose.
Esto nos enseña que todos somos limitados, que hay cosas que no podemos resolver, al menos durante un tiempo, y que de nada sirve querer resolverlo todo y vivir angustiado queriendo que cada cosa esté bajo control y en orden. Hay que vivir con calma, mirando qué cosas son de verdad importantes y disfrutando de lo bueno de la vida.
No tengo más datos sobre este simpático funcionario. Es una historia que oí contar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen post, y sabio aquel funcionario antiguo... aunque para alguno de ahora todo es difícil ;)

Don Bernardino dijo...

Hola Carlos. Soy nuevo en tu blog. Confío en participar más a menudo mediante mis comentarios, centrándome en temas madrileños, pero hoy quiero comentar lo que me ha sugerido tu "reposado" funcionario.
Después de una trayectoria profesional ascendente -como suele suceder- y sin que nadie me regalara nada, un día de hace ya dieciocho años llegué a alcanzar el cargo de jefe comercial de determinado periódico regional. Me impusieron como ayudante a un auténtico merluzo, cortito de entendederas y vago como él solo, pero sobre todo muy, muy pausado. No se complicaba la vida, como tu hombre tranquilo, y cuando no sabía cómo resolver una cuestión (que era casi siempre), en lugar de consultarme almacenaba los papeles en el cajón esperando que se solucionaran por sí solos. Pero un día el cajón reventó y cuando la dirección de la empresa descubrió el pastel (sobre todo cantidades ingentes de facturas incobrables), me pusieron en la disyuntiva: o él o tú. Y como yo me negué a declarar contra un compañero, por mucho que me hubiera estado fastidiando durante tres años, ¿adivinas quién se fue derechito a la calle?
Desde entonces no he sido capaz de levantar cabeza, no he vuelto a encontrar un empleo estable, tuve que vender el piso, el coche, pasar penurias y hacérselas pasar a mi mujer e hijos ... y hoy nuevamente estoy en el paro. Ya ves, la opinión que me pueden merecer estos empleados tranquilos.
Otro día espero poder contarte alegrías. Un saludo.

Carlos Osorio. dijo...

Un abrazo, Bernardino, y espero que tengas toda la siuerte que te mereces. No creo que sea comparable el funcionario del que hablo con el vago al que tú describes. Si te fijas bien, en la historia se dice que este funcionario tramitaba diligentemente la mayoría de los expedientes. Solo que, muy de vez en cuando, le llegaba alguno imposible de resolver, y este era el que echaba en el cajón del tiempo. Se trata de una historia para reirse, no para otra cosa.