Casinos
Hasta hace pocas fechas, el progreso de un país se fundamentaba en la educación, las ciencias y las artes.
Hoy parece ser que nada de eso vale la pena, que la nueva fórmula para el progreso son los casinos.
Los madrileños nos hemos librado, gracias a Dios, de la pesadilla de Eurovegas, pero ya tenemos un gran casino en pleno centro, en la plaza de Colón y otros nuevos están en camino.
Yo no había visto de cerca uno de estos reductos de juego, así que en estas fiestas, aprovechando que pasaba por Estoril, entré a ver su mentado casino.
Me sorprendió el panorama: cientos y cientos de personas, en su mayoría gente de las clases populares, se agolpaban en las mesas y frente a las tragaperras. Si alguna vez alguien creyó que los casinos tenían algo de glamour, motivado tal vez por ciertas películas, debo decir que no he visto nunca nada más alejado del glamour.
Debo decir que en la breve visita a ese lugar, no vi a ningún jugador con una sonrisa en los labios.
Sí sonreían, a veces, unos desaprensivos con pajarita que se ocupaban de ir vaciando las carteras, los monederos, los proyectos y las ilusiones de aquella pobre gente.
Lo que ocultaban las luces destellantes y cegadoras del casino era un gran agujero negro.
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