El Hechicero Cojo
El hombre que aparece en este grabado de Goya es, según algunos cronistas, Ignacio Rodríguez, que ha pasado a la historia como "el hechicero cojo"
Goya representa el momento en que este brujo está siendo juzgado por la santa Inquisición en el convento de Santo Domingo.
Este brujo, que actuó en Madrid en la última parte del siglo XVIII estaba especializado en resolver problemas de amor, y tenía a su servicio a una vieja alcahueta llamada Juliana López que le conseguía clientas. El hechicero cojo cobraba muy caros sus servicios.
Normalmente, para conquistar al ser amado o para recuperar al amor perdido, el brujo ofrecía un saquito con unos polvos que él fabricaba con huesos y pelos de ajusticiados, a los que había que añadir pelos de las partes pudendas del hombre a seducir.
La mujer debía acercarse al hombre teniendo en su poder estos polvos y tocándole sin que se diera cuenta había de pronunciar un conjuro.
El caso es que el embrujo no siempre funcionaba, por lo que algunas mujeres acudían a protestar. El listo del hechicero les convencía de que el efecto no se había producido porque ellas no tenían suficientes poderes.
Para conseguir esos poderes, debían pasar una noche con él, ocasión que el rijoso brujo no desperdiciaba.
Finalmente, una de las mujeres que había sido víctima de sus ardides, se armó de valor y le denunció.
Ignacio fue juzgado por la Inquisición, tal y como consta en los archivos de la misma, tal como expresa Goya en su grabado, y por si fuera poco tenemos la crónica que realizó sobre este caso el viajero francés F. Peyron.
Hubo brujos que realmente tuvieron poderes de adivinación, y que trataron de ayudar a quienes acudían a ellos, pero también hubo bastantes brujos que se dedicaron a engañar a las gentes ingenuas y supersticiosas. No hace falta decir que estos últimos continúan en activo; basta con encender el televisor para comprobarlo.
En cuanto al hechicero cojo fue condenado a 200 azotes y 10 años de cárcel.
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