El Panteón de Hombres Ilustres

En esta idílica fotografía vemos a un paseante recostado en la ladera del cerrillo de San Blas (donde se halla el Observatorio Astronómico) mientras contempla la inacabada basílica de Atocha.

De esta basílica tan solo se llegó a construir, en el año 1891, el claustro y la torre o campanario de estilo veneciano. El autor de esta exquisita obra fue el arquitecto Fernando Arbós.

Al no poder terminarse la iglesia por motivos fundamentalmente económicos, el claustro de Atocha fue elegido como sede para un panteón de las personas ilustres de nuestro país. 

Pero la idea de realizar un panteón ya se había intentado previamente, en 1841, cuando se designó la iglesia de San Francisco el Grande para este fin. En aquella ocasión nuestros próceres se dieron sobrada cuenta de que los españoles, hasta la fecha, poco  hemos hecho por conservar los restos de nuestros prohombres. Tras rebuscar por toda España, apenas encontraron los restos de media docena de "ilustres" que finalmente fueron reclamados con gran indignación por sus provincias de origen y el panteón de San Francisco se fue al garete. 

Esta foto está tomada en 1905, cuatro años después de inaugurarse el Panteón de Hombres Ilustres de Atocha.

Inicialmente se trajeron los restos de Palafox, Castaños, el General Prim, el Marqués del Duero y Antonio Ríos Rosas, de ellos, solamente se quedaron los dos últimos.

Luego se trajeron los cuerpos de Sagasta, y de otros destacados liberales como Argüelles, Olózaga o Álvarez Mendizábal.

También, a medida que los terroristas iban asesinando a nuestros políticos más ilustres, se trajeron aquí los féretros de Canalejas, Cánovas del Castillo y Eduardo Dato.

Las esculturas realizadas por grandes maestros como Mariano Benlliure o Agustín Querol para los monumentos fúnebres convierten este lugar en uno de los mejores museos de escultura de nuestro país.