miércoles, 14 de octubre de 2015

Él murió en el Titánic



Caminando por el cementerio de San Isidro me encuentro delante de la tumba de una madrileña que viajó en el Titánic.

Josefa Pérez de Soto y su recién desposado Víctor Peñasco Castellana iniciaron una larga luna de miel por toda Europa.
Estando en París, oyeron hablar del Titánic. Toda la clase alta europea quería viajar en el barco más grande y más veloz jamás construido.

Un navío que que iba a realizar un periplo entre Southampton (Reino Unido) y Nueva York. 
Los novios encargaron unos billetes ignorando los consejos de la madre del novio.
Ésta, había tenido una pesadilla en la cual la joven pareja naufragaba en mitad del océano.
Para no preocupar a la suegra, dejaron a su mayordomo en París con el encargo de ir echando diversas postales ya escritas y selladas en el buzón de correos. Mediante estas postales, la pareja quería hacer creer a la madre que seguían en tierra firme.
El viaje en el Titanic resultó placentero, hasta que escucharon la fatídica noticia: 
El barco había chocado con un iceberg y se hundía irremisiblemente.
Pronto se comprobó que los botes salvavidas eran insuficientes.

Josefa, Víctor y la criada subieron a uno de los botes, pero Víctor, viendo a una mujer que llevaba un bebé en brazos, le cedió su puesto. Las últimas palabras que le oyeron pronunciar fueron: ¡Adios, Pepita, sé feliz!




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