Ir a esperar a los Reyes Magos
En Madrid, en los siglos pasados, existió una costumbre burlesca que se llamó “Ir a esperar a los reyes”. Según cuenta Madoz, en su diccionario geográfico de 1847, los pilluelos de la villa buscaban a los, generalmente ingenuos, campesinos recién llegados a la capital y les aseguraban que esa noche iban a llegar los Reyes Magos repartiendo monedas de oro y de plata. Con esta promesa, una muchedumbre acompañaba a los incautos en medio de un gran jolgorio, haciendo sonar latas y cencerros, y les tenían toda la noche buscando a los Reyes por todo el extrarradio de Madrid. Las diversas comitivas solían llevar hachones encendidos y una escalera en la que debía encaramarse el infeliz para otear el horizonte en busca de los Reyes, momento en que arreciaban las burlas. La juerga terminaba al alba en alguna taberna.
Estas bromas fueron muy criticadas por la prensa de la época y finalmente, en 1882, el Alcalde estableció una cuota de cinco reales para quien quisiera salir a buscar a los reyes. No dejaba de ser una multa encubierta. La fiesta se terminó, pero a partir de esa fecha la asistencia a las campanadas de nochevieja aumentó considerablemente.
El cuadro de José Castelaro Perea, expuesto en el Museo de Historia de Madrid, de la calle Fuencarral, se titula "A esperar a los reyes magos en la Puerta del Sol" y refleja esta costumbre burlesca.
En este grabado publicado en la revista "Madrid Histórico" vemos a una multitud disponiéndose a "buscar" a los Reyes Magos en la plaza de Antón Martín.
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